Ellas

Ellas nos huelen, señor, mucho, mucho antes de atender a nuestro torso, nuestro rostro o nuestras palabras, ellas nos huelen, chequean nuestro sistema inmunológico de una manera inconsciente, a metros de distancia, para calibrar las ventajas competitivas de su hipotética prole.


Ellas sólo quieren hombres que luchen, señor, si usted no lucha puede creer que está con ellas, pero ellas no están con usted, créame. Puede usted empatar, puede usted perder, una y otra vez incluso, pero si lucha seguirán con usted, en todas las derrotas, igual que en todas las victorias; lo único que no perdonan es que usted no luche, señor.

Ellas necesitan verse más grandes, más inteligentes, más guapas en sus ojos, porque ellas desean devolvérselo, señor. Ellas quieren creer que son especiales para usted y hacerle creer que usted también lo es. Si no le admiran, aquí se acabó todo, señor.

Ellas, ellas, ellas saben que no existe la armonía, sólo pedazos de armonía, pero esos pedazos se los exigirán con la usura de los decimales. Ellas conocen que una relación es cualquier cosa menos lo que se lee en los cuentos de hadas, que los arquetipos minan nuestras relaciones, por eso desean compartir, los problemas y la gloria, la ansiedad y el deseo.

Ellas le requerirán complicidad, señor. Y que las folle durante toda la noche, y que les dé mimos durante todo el día, y que las cubra de besos el resto de su vida. Lo quieren todo, señor. Ellas, ellas anhelan que estemos en guardia, pero que la bajemos de vez en cuando, es tierno, es romántico, señor, que ellas sepan que les confía su debilidad. Si su idea de la diversión es prolon-gar su adolescencia, olvídese de ellas, señor, y vaya a cazar Wendys, porque ellas demandan compromiso, cómo si no enfrentarse a una vida en la que todo es negociación o pelea. No quieren estar solas ante la vida, señor. Nosotros tampoco.

Ellas quieren ver cómo se arriesga, cómo da el primer paso, cómo pasa el apuro, el peligro, la inseguridad de pedirles una cita, quieren saber si tiene el valor, si posee la constancia, si será de fiar. Ellas reclaman que les quitemos la razón cuando no la tienen y cuando sí, que las hagamos pensar. Y eso es el amor, señor: no dorarles la píldora. Pero, sobre todo, hágame caso, llámelas al día siguiente, señor, de tomar un café, de ir al cine, de hacer el amor, de una discusión, de lo que sea. De lo que sea. Que sepan que, al menos, valió la pena. Lo que sea.

Ignacio del Valle

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