Tu musa

Convéncete primero de que le caes simpático,
de que lo pasa bien cuando sale contigo.
Llévala a casa luego, sírvele un par de copas
y, en un momento dado, mordisquéale el cuello.
Unas veces querrá pasar al dormitorio,
otras alegará una indisposición
y otras te contará su vida por entregas.
Muéstrale en cada caso la dosis de cariño
que te pidan sus ojos. Sé generoso siempre.
Trata de conservarla como sea a tu lado.
Sin ella, sin tu musa, no eres nadie, poeta.


Luis Alberto de Cuenca

No puedo soportarlo

NO PUEDO SOPORTARLO
Me da igual tu tendencia a desnudarte
delante de la gente. No me importa
que confundas “deber de” con “deber”,
o que emplees “dijistes” por “dijiste”
poniéndote analógica, o que duermas
con pastillas catorce horas al día.
Puedo aguantar la selva de vacío
donde vives, tu frío y tu calor
-siempre desmesurados-, tus histerias,
esa higiene obsesiva que te gastas.
Puedo olvidar que fueses drogadicta
(¿quién no lo ha sido alguna vez?), tus siestas,
tu narcisismo, tus ovulaciones.
Me tiene sin cuidado que me engañes
con tu perrita de bolsillo. Pero
hay algo que no puedo perdonarte,
y es que te pongas el disfraz odioso
de vulgar manualista de autoayuda
y me aconsejes cosas como: “Haz
lo que te venga bien en cada instante”,
“Vive al día”, “No pienses para nada
en el pasado ni en el porvernir”,
“Sé independiente”, “No hipoteques nunca
tus horas libres”, “Sácale a tu prójimo
todo el jugo que puedas”, “Sé feliz”.
No puedo soportarlo, vida mía.
Me horroriza. No puedo soportarlo.

Luis Alberto de Cuenca

El cementerio de los Libros Olvidados

Poco después de la guerra civil, un brote de cólera se había llevado a mi madre. La enterramos en Montjuïc el día de mi cuarto cumpleaños. Sólo recuerdo que llovió todo el día y toda la noche, y que cuando le pregunté a mi padre si el cielo lloraba le faltó la voz para responderme. Seis años después, la ausencia de mi madre era para mí todavía un espejismo, un silencio a gritos que aún no había aprendido a acallar con palabras. Mi padre y yo vivíamos en un pequeño piso de la calle Santa Ana, junto a la plaza de la iglesia. El piso estaba situado justo encima de la librería especializada en ediciones de coleccionista y libros usados heredada de mi abuelo, un bazar encantado que mi padre confiaba en que algún día pasaría a mis manos. Me crié entre libros, haciendo amigos invisibles en páginas que se deshacían en polvo y cuyo olor aún conservo en las manos. De niño aprendí a conciliar el sueño mientras le explicaba a mi madre en la penumbra de mi habitación las incidencias de la jornada, mis andanzas en el colegio, lo que había aprendido aquel día...
No podía oír su voz o sentir su tacto, pero su luz y su calor ardían en cada rincón de aquella casa y yo, con la fe de los que todavía pueden contar sus años con los dedos de las manos, creía que si cerraba los ojos y le hablaba, ella podría oírme desde donde estuviese. A veces, mi padre me escuchaba desde el comedor y lloraba a escondidas.

Recuerdo que aquel alba de junio me desperté gritando.


La Sombra del Viento
Carlos Ruiz Zafón
Sé por fin que ya llegas
que me vienes siguiendo
desde hace diez vidas
y si ahora
alguno de estos versos
se volviera de pronto
te encontraría ahí,
dos poemas detrás
sin hacer ruido
releyendo mil veces cada letra,
asustando los puntos de las íes
con tu antigua manía
de decir lo que piensas
sin decir lo que sientes

Fernando Beltrán

La metamorfosis

A veces entreveo en algún gesto
a quien no eres aún, y me da vértigo
sorpender a mi lado a la mujer
que algún día serás, dulce muchacha.
Da vértigo aprender qué pasa, el tiempo
(mañana no vendrá la que hoy te fuiste)
se evapora y los besos que no te atreves
como versos que olvidas anotar.
Da vértigo pensar en si te quiero
como ahora, o si quiero a esa mujer
que asmoa en tu mirada, en si me asusta
entenderte aún mas lejos, transformada
en alguien que no entiende a este muchacho
que no habla y se asusta cuando mira,

Rodrigo Olay

Renacida (Diarios)

Estoy fascinada, pero no conmovida. Recuerdo una pesadilla de infancia de una imagen reflejada interminablemente- una figura sostiene un espejo de pie frente a otro espejo, ad infinitum.

Susan Sontag

Renacida (Diarios)

Es la humillación con cada desliz de la lengua, las noches insomnes ensayando la conversación del día siguiente, y atormentarse con la del día anterior... una cabeza inclinada entre las propias manos... es "dios santo, dios santo".... (en minúscula, por supuesto, porque no hay dios).


Susan Sontag

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
esta muerte que nos acompaña
desde el alba a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un absurdo defecto. Tus ojos
serán una palabra inútil,
un grito callado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola te inclinas
ante el espejo. Oh, amada esperanza,
aquel día sabremos, también,
que eres la vida y eres la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
asomar un rostro muerto,
como escuchar un labio ya cerrado.
Mudos, descenderemos al abismo.


Cesare Pavese

XIX

Mi único psiquiatra es el dolor
mi único enfermero es el sueño
y no hay más corona de espinas que el recuerdo
que hace aullar
como dicen que aullaban en el Gólgota los dos ladrones
Me moriré en París con aguacero ... etc., etc.

L.M.Panero

SOBRE LA MEDIOCRIDAD

No nos enseñaron a nadar
y en poco tiempo
aprendimos a ahogarnos.

La espuma era larga,
la cresta amarga y sonora.

Estrellaba gota a gota
el aire
contra su propio cadáver.

No nos enseñaron a remar
y el temporal precipitó un naufragio.

La balsa, para la medusa.


Luna Miguel

Espantapájaros, 18

Llorar a chorros.Llorar la digestión. Llorar el sueño. Llorar ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños familiares,
llorando. Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo... si es verdad que los cacuyes y los cocodrilos no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría. Llorar de frac, de flato, de flacura. Llorar improvisando, de memoria. ¡Llorar todo el insomnio y todo el día!


Oliverio Girondo

Espantapájaros, 12

Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan, se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehúyen, se evaden y se entregan.




Oliverio Girondo

Me basta así

Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso-;
                                             entonces,

si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo, mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando -luego- callas...
(Escucho tu silencio.
                              Oigo
constelaciones: existes.
                               Creo en ti.
                                              Eres.
                                                 Me basta.).

Ángel González

Rayuela

-Fijate que si me tiro -dijo Oliveira-, voy a caer justo en el Cielo.

Julio Cortázar

Bodas de sangre

Leonardo Callar y quemarse es el castigo más grande que nos podemos echar encima. ¿De qué me sirvió a mi el orgullo y el no mirarte y dejarte despierta noches y noches? ¡De nada! ¡Sirvió para echarme fuego encima! Porque tú crees que el tiempo cura y que las paredes tapan, y no es verdad, no es verdad. ¡Cuando las cosas llegan a los centros no hay quien las arranque!

Novia (Temblando) No puedo oírte. No puedo oír tu voz. Es como si me bebiera una botella de anís y me durmiera en una colcha de rosas. Y me arrastra, sé que me ahogo, pero voy detrás.


Acto segundo, cuadro primero.
Federico García Lorca

Rayuela

Yo hice la muñequita porque Pola se había metido en mi pieza, era demasiado, la sabía capaz de robarme la ropa, de ponerse mis medias, usarme el rouge, darle la leche a Rocamadour.

- Pero usted dijo que no la conocía.

- Estaba en Horacio, estúpido. Estúpido, estúpido Ossip. Pobre Ossip, tan estúpido. En su canadiense, en la piel del cuello, usted ha visto que Horacio tiene una piel en el cuello de la canadiense. Y Pola estaba ahí cuando él entraba, y en su manera de mirar, y cuando Horacio se desnudaba ahí, en ese rincón, y se bañaba parado en esa cubeta, ¿la ve Ossip?, Entonces de su piel iba saliendo Pola, yo la veía como un ectoplasma y me aguantaba las ganas de llorar pensando que en casa de Pola yo no estaría así, nunca Pola me sospecharía en el pelo o en los ojos o en el vello de Horacio. No sé por qué, al fin y al cabo nos hemos querido bien. No sé por qué. Porque no sé pensar y él me desprecia, por esas cosas.

 Julio Cortázar

Si me quito el amor

Si me quito el amor
desnuda me quedas,
no me pidas que rompa tus vestidos
ahora que llega el frío,
búscame en los armarios de tus calles,
en la ciudad sin ley de mis tres manos,

la derecha, la izquierda, la que te ama,

los pasillos y el tren donde una noche

descolgaré por fin tu gabardina

porque llegó el invierno,

la estación de las perchas,

los ojales más grandes del deseo

y mi cuerpo abrochándose a la espera

de esos días de lluvia que te pones

bajo la falda a veces.


Fernando Beltrán

Bluebird

there's a bluebird in my heart that
wants to get out
but I'm too tough for him,
I say, stay in there, I'm not going
to let anybody see
you.

there's a bluebird in my heart that
wants to get out
but I pur whiskey on him and inhale
cigarette smoke
and the whores and the bartenders
and the grocery clerks
never know that
he's
in there.
there's a bluebird in my heart that
wants to get out
but I'm too tough for him,
I say,
stay down, do you want to mess
me up?
you want to screw up the
works?
you want to blow my book sales in
Europe?

there's a bluebird in my heart that
wants to get out
but I'm too clever, I only let him out
at night sometimes
when everybody's asleep.
I say, I know that you're there,
so don't be
sad.
then I put him back,
but he's singing a little
in there, I haven't quite let him
die
and we sleep together like
that
with our
secret pact
and it's nice enough to
make a man
weep, but I don't
weep, do
you?

Charles Bukowski

La insoportable levedad del ser

Todos consideramos impensable que el amor de nuestra vida pueda ser algo leve, sin peso; creemos que nuestro amor es algo que tenía que ser; que sin él nuestra vida no sería nuestra vida. Nos parece que el propio huraño Beethoven, con su terrible melena, toca para nuestro gran amor su «es muss sein!».
Tomás se acordaba del comentario de Teresa sobre el amigo Z. y constataba que la historia del amor de su vida no iba acompañada del sonido de ningún «es muss sein!», sino más bien por el de «es könnte auch anders sein»: también podía haber sido de otro modo.
Hace siete años se produjo casualmente en el hospital de la ciudad de Teresa un complicado caso de enfermedad cerebral, a causa del cual llamaron con urgencia a consulta al director del hospital de Tomás. Pero casualmente el director tenía una ciática, no podía moverse y envió en su lugar a Tomás. En la ciudad había cinco hoteles, pero Tomás fue a parar casualmente justo a aquel donde trabajaba Teresa. Casualmente le sobró un poco de tiempo para ir al restaurante antes de la salida del tren. Teresa casualmente estaba de turno y casualmente atendió la mesa de Tomás. Hizo falta que se produjeran seis casualidades para empujara Tomás hacia Teresa, como si él mismo no tuviera ganas.
Regresó a Bohemia por su causa. Una decisión tan trascendental se basaba en un amor tan casual que no hubiera existido si su jefe no hubiera tenido la ciática hacía siete años. Y aquella mujer, aquella personificación de la casualidad absoluta yace ahora a su lado y respira profundamente mientras duerme.
Estaba ya bien entrada la noche. Sentía que le empezaba a doler el estómago, tal como solía ocurrirle en los momentos de angustia.
La respiración de ella se transformó una o dos veces en un suave ronquido. Tomás no sentía en su interior ninguna clase de compasión. Lo único que sentía era la presión en el estómago y la desesperación por haber regresado.

Milan Kundera

Aunque tú no lo sepas

Como la luz de un sueño,
que no raya en el mundo pero existe,
así he vivido yo
iluminado
esa parte de ti que no conoces,
la vida que has llevado junto a mis pensamientos...

Y aunque tú no lo sepas, yo te he visto
cruzar la puerta sin decir que no,
pedirme un cenicero, curiosear los libros,
responder al deseo de mis labios
con tus labios de whisky,
seguir mis pasos hasta el dormitorio.

También hemos hablado
en la cama, sin prisa, muchas tardes
esta cama de amor que no conoces,
la misma que se queda
fría cuanto te marchas.

Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo,
hicimos mil proyectos, paseamos
por todas las ciudades que te gustan,
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.

Espiada a la sombra de tu horario
o en la noche de un bar por mi sorpresa.
Así he vivido yo,
como la luz del sueño
que no recuerdas cuando te despiertas.


Luis García Montero

Reflexión XXXIV

Atad a un cadáver con hermosas correas
igual a una flor al desierto atada
igual a la serenata sin límites del desierto
igual al bronce que adorna al cadáver
igual a la grieta de mi cráneo
A los placeres del verdugo y del cruel
igual es al callo que nos ata a la vida
a la sonrisa del verdugo
al labio cruel de la fe
a la sonrisa sin rostro, a la sonrisa
azul del gato en mi ventana
a la sonrisa estúpida del idiota
la sonrisa que cae al suelo como la manzana de Newton
para no decir nada más al oído del olvido.

L.M.Panero

Reflexión XLVI

Lo único insondable es el dolor
"lo mejor de mi alma es el dolor"
mi padre lo dijo
el horror del vacío
y de la página que cae sobre el papel
la lágrima que es el sentido
que cae al suelo sobre el papel
porque el papel es el espejo del otro
y el azul el color de la ruina.
Sombra sin sombra
con los labios manchados del papel.


L.M.Panero

Rayuela

[...] La caricia penetraba despacio, desde otro plano. La hora del lujo, del surplus, morderse despacio, buscar el contacto con delicadeza de exploración, con titubeos fingidos, apoyar la punta de la lengua contra una piel, clavar lentamente una uña, murmurar, coucher 19h24, Saint-Ferdinand. Pola levantó un poco la cabeza y miró a Horacio que tenía los ojos cerrados. Se preguntó si también haría eso con su amiga, la madre del chico. A él no le gustaba hablar de la otra, exigía como un respeto al no referirse más que obligadamente a ella. Cuando se lo preguntó, abriéndole un ojo con dos dedos y besándolo rabiosa en la boca que se negaba a contestar, lo único consolador a esa hora era el silencio, quedarse así uno contra otro, oyéndose respirar, viajando de cuando en cuando con un pie o una mano hasta el otro cuerpo, emprendiendo blandos itinerarios sin consecuencias, restos de caricias perdidas en la cama, en el aire, espectros de besos, menudas larvas de perfumes o de costumbre. No, no le gustaba hacer eso con su amiga, solamente Pola podía comprender, plegarse tan bien a sus caprichos. Tan a la medida que era extraordinario. Hasta cuando gemía, porque en un momento había gemido, había querido librarse pero ya era demasiado tarde, el lazo estaba cerrado y su rebelión no había servido más que para ahondar el goce y el dolor, el doble malentendido que tenían que superar porque era falso, no podía ser que en un abrazo, a menos que sí, a menos que tuviera que ser así.

Capítulo 101

Julio Cortázar

A quien me leyere

LOS LIBROS caían sobre mi máscara (y donde había un rictus de viejo
moribundo), y las palabras me azotaban y un remolino de gente gritaba contra los
libros, así que los eché todos a la hoguera para que le fuego deshiciera las
palabras...
Y salió un humo azul diciendo adiós a los libros y a mi mano que escribe:
“Rumpete libros, ne rumpant anima vestra”: que ardan, pues, los libros en los jardines y
en los albañales y que se quemen mis versos sin salir de mis labios:
el único emperador es el emperador del helado, con su sonrisa tosca, que imita a
la naturaleza y su olor a queso podrid y vinagre. Sus labios no hablan y ante esa mudez
me asombro, caigo estático de rodillas, ante el cadáver de la poesía

Leopoldo María Panero

Dedicatoria

Más allá de donde
aún se esconde la vida, queda
un reino, queda cultivar
como un rey su agonía,
hacer florecer como un reino
la sucia flor de la agonía:
yo que todo lo prostituí, aún puedo
prostituir mi muerte y hacer
de mi cadáver el último poema.

Leopoldo María Panero

Después de la muerte

La realidad que vive
en el fondo de un beso dormido,
donde las mariposas no se atreven a volar
por no mover el aire tan quieto como el amor.

Esa feliz transparencia
donde respirar no es sentir un cristal en la boca,
no es respirar un bloque que no participa,
no es mover el pecho en el vacío
mientras la cara cárdena se dobla como la flor.

No.
La realidad vivida
bate unas alas inmensas,
pero lejos -no impidiendo el blando vaivén de las flores en que me muevo,
ni el transcurso de los gentiles pájaros
que un momento se detienen en mi hombro por si acaso...

El mar entero, lejos, único,
encerrado en un cuarto,
asoma unas largas lenguas por una ventana donde el cristal lo impide,
donde las espumas furiosas amontonan sus rostros
pegados contra el vidrio sin que nada se oiga.

El mar o una serpiente,
el mar o ese ladrón que roba los pechos,
el mar donde mi cuerpo
estuvo en vida a merced de las ondas.

La realidad que vivo,
la dichosa transparencia en que nunca al aire lo llamaré unas manos,
en que nunca a los montes llamaré besos
ni a las aguas del río doncella que se me escapa.
La realidad donde el bosque no puede confundirse
con ese tremendo pelo con que la ira se encrespa,
ni el rayo clamoroso es la voz que me llama
cuando -oculto mi rostro entre las manos- una roca a la vista del águila puede
[ser una roca.

La realidad que vivo,
dichosa transparencia feliz en la que el sonido de una túnica,
de un ángel o de ese eólico sollozo de la carne,
llega como lluvia lavada,
como esa planta siempre verde,
como tierra que, no calcinada, fresca y olorosa,
puede sustentar unos pies que no agravan.

Todo pasa.
La realidad transcurre
como un pájaro alegre.
Me lleva entre sus alas
como pluma ligera.
Me arrebata a la sombra, a la luz, al divino contagio.
Me hace pluma ilusoria
que cuando pasa ignora el mar que al fin ha podido:
esas aguas espesas que como labios negros ya borran lo distinto.


Vicente Aleixandre

CXXIII - La Mort des Artistes

Combien faut-il de fois secouer mes grelots
Et baiser ton front bas, morne caricature?
Pour piquer dans le but, de mystique nature,
Combien, ô mon carquois, perdre de javelots?
Nous userons notre âme en de subtils complots,
Et nous démolirons mainte lourde armature,
Avant de contempler la grande Créature
Dont l'infernal désir nous remplit de sanglots!
Il en est qui jamais n'ont connu leur Idole,
Et ces sculpteurs damnés et marqués d'un affront,
Qui vont se martelant la poitrine et le front,
N'ont qu'un espoir, étrange et sombre Capitole!
C'est que la Mort, planant comme un soleil nouveau,
Fera s'épanouir les fleurs de leur cerveau!

Charles Baudelaire

Ophélie

I
Sur l'onde calme et noire où dorment les étoiles
La blanche Ophélia flotte comme un grand lys,
Flotte très lentement, couchée en ses longs voiles...
- On entend dans les bois lointains des hallalis.

Voici plus de mille ans que la triste Ophélie
Passe, fantôme blanc, sur le long fleuve noir.
Voici plus de mille ans que sa douce folie
Murmure sa romance à la brise du soir.

Le vent baise ses seins et déploie en corolle
Ses grands voiles bercés mollement par les eaux;
Les saules frissonnants pleurent sur son épaule,
Sur son grand front rêveur s'inclinent les roseaux.

Les nénuphars froissés soupirent autour d'elle;
Elle éveille parfois, dans un aune qui dort,
Quelque nid, d'où s'échappe un petit frisson d'aile:
- Un chant mystérieux tombe des astres d'or.

II
Ô pâle Ophélia ! belle comme la neige !
Oui tu mourus, enfant, par un fleuve emporté !
- C'est que les vents tombant des grands monts de Norwège
T'avaient parlé tout bas de l'âpre liberté;

C'est qu'un souffle, tordant ta grande chevelure,
A ton esprit rêveur portait d'étranges bruits;
Que ton coeur écoutait le chant de la Nature
Dans les plaintes de l'arbre et les soupirs des nuits;

C'est que la voix des mers folles, immense râle,
Brisait ton sein d'enfant, trop humain et trop doux;
C'est qu'un matin d'avril, un beau cavalier pâle,
Un pauvre fou, s'assit muet à tes genoux !

Ciel ! Amour ! Liberté ! Quel rêve, ô pauvre Folle !
Tu te fondais à lui comme une neige au feu:
Tes grandes visions étranglaient ta parole
- Et l'Infini terrible effara ton oeil bleu !

III
- Et le Poète dit qu'aux rayons des étoiles
Tu viens chercher, la nuit, les fleurs que tu cueillis;
Et qu'il a vu sur l'eau, couchée en ses longs voiles,
La blanche Ophélia flotter, comme un grand lys.


A.Rimbaud

The Raven

Once upon a midnight dreary, while I pondered weak and weary,
Over many a quaint and curious volume of forgotten lore,
While I nodded, nearly napping, suddenly there came a tapping,
As of some one gently rapping, rapping at my chamber door.
`'Tis some visitor,' I muttered, `tapping at my chamber door -
Only this, and nothing more.'

Ah, distinctly I remember it was in the bleak December,
And each separate dying ember wrought its ghost upon the floor.
Eagerly I wished the morrow; - vainly I had sought to borrow
From my books surcease of sorrow - sorrow for the lost Lenore -
For the rare and radiant maiden whom the angels named Lenore -
Nameless here for evermore.

And the silken sad uncertain rustling of each purple curtain
Thrilled me - filled me with fantastic terrors never felt before;
So that now, to still the beating of my heart, I stood repeating
`'Tis some visitor entreating entrance at my chamber door -
Some late visitor entreating entrance at my chamber door; -
This it is, and nothing more,'

Presently my soul grew stronger; hesitating then no longer,
`Sir,' said I, `or Madam, truly your forgiveness I implore;
But the fact is I was napping, and so gently you came rapping,
And so faintly you came tapping, tapping at my chamber door,
That I scarce was sure I heard you' - here I opened wide the door; -
Darkness there, and nothing more.

Deep into that darkness peering, long I stood there wondering, fearing,
Doubting, dreaming dreams no mortal ever dared to dream before;
But the silence was unbroken, and the darkness gave no token,
And the only word there spoken was the whispered word, `Lenore!'
This I whispered, and an echo murmured back the word, `Lenore!'
Merely this and nothing more.

Back into the chamber turning, all my soul within me burning,
Soon again I heard a tapping somewhat louder than before.
`Surely,' said I, `surely that is something at my window lattice;
Let me see then, what thereat is, and this mystery explore -
Let my heart be still a moment and this mystery explore; -
'Tis the wind and nothing more!'

Open here I flung the shutter, when, with many a flirt and flutter,
In there stepped a stately raven of the saintly days of yore.
Not the least obeisance made he; not a minute stopped or stayed he;
But, with mien of lord or lady, perched above my chamber door -
Perched upon a bust of Pallas just above my chamber door -
Perched, and sat, and nothing more.

Then this ebony bird beguiling my sad fancy into smiling,
By the grave and stern decorum of the countenance it wore,
`Though thy crest be shorn and shaven, thou,' I said, `art sure no craven.
Ghastly grim and ancient raven wandering from the nightly shore -
Tell me what thy lordly name is on the Night's Plutonian shore!'
Quoth the raven, `Nevermore.'

Much I marvelled this ungainly fowl to hear discourse so plainly,
Though its answer little meaning - little relevancy bore;
For we cannot help agreeing that no living human being
Ever yet was blessed with seeing bird above his chamber door -
Bird or beast above the sculptured bust above his chamber door,
With such name as `Nevermore.'

But the raven, sitting lonely on the placid bust, spoke only,
That one word, as if his soul in that one word he did outpour.
Nothing further then he uttered - not a feather then he fluttered -
Till I scarcely more than muttered `Other friends have flown before -
On the morrow he will leave me, as my hopes have flown before.'
Then the bird said, `Nevermore.'

Startled at the stillness broken by reply so aptly spoken,
`Doubtless,' said I, `what it utters is its only stock and store,
Caught from some unhappy master whom unmerciful disaster
Followed fast and followed faster till his songs one burden bore -
Till the dirges of his hope that melancholy burden bore
Of "Never-nevermore."'

But the raven still beguiling all my sad soul into smiling,
Straight I wheeled a cushioned seat in front of bird and bust and door;
Then, upon the velvet sinking, I betook myself to linking
Fancy unto fancy, thinking what this ominous bird of yore -
What this grim, ungainly, ghastly, gaunt, and ominous bird of yore
Meant in croaking `Nevermore.'

This I sat engaged in guessing, but no syllable expressing
To the fowl whose fiery eyes now burned into my bosom's core;
This and more I sat divining, with my head at ease reclining
On the cushion's velvet lining that the lamp-light gloated o'er,
But whose velvet violet lining with the lamp-light gloating o'er,
She shall press, ah, nevermore!

Then, methought, the air grew denser, perfumed from an unseen censer
Swung by Seraphim whose foot-falls tinkled on the tufted floor.
`Wretch,' I cried, `thy God hath lent thee - by these angels he has sent thee
Respite - respite and nepenthe from thy memories of Lenore!
Quaff, oh quaff this kind nepenthe, and forget this lost Lenore!'
Quoth the raven, `Nevermore.'

`Prophet!' said I, `thing of evil! - prophet still, if bird or devil! -
Whether tempter sent, or whether tempest tossed thee here ashore,
Desolate yet all undaunted, on this desert land enchanted -
On this home by horror haunted - tell me truly, I implore -
Is there - is there balm in Gilead? - tell me - tell me, I implore!'
Quoth the raven, `Nevermore.'

`Prophet!' said I, `thing of evil! - prophet still, if bird or devil!
By that Heaven that bends above us - by that God we both adore -
Tell this soul with sorrow laden if, within the distant Aidenn,
It shall clasp a sainted maiden whom the angels named Lenore -
Clasp a rare and radiant maiden, whom the angels named Lenore?'
Quoth the raven, `Nevermore.'

`Be that word our sign of parting, bird or fiend!' I shrieked upstarting -
`Get thee back into the tempest and the Night's Plutonian shore!
Leave no black plume as a token of that lie thy soul hath spoken!
Leave my loneliness unbroken! - quit the bust above my door!
Take thy beak from out my heart, and take thy form from off my door!'
Quoth the raven, `Nevermore.'

And the raven, never flitting, still is sitting, still is sitting
On the pallid bust of Pallas just above my chamber door;
And his eyes have all the seeming of a demon's that is dreaming,
And the lamp-light o'er him streaming throws his shadow on the floor;
And my soul from out that shadow that lies floating on the floor
Shall be lifted - nevermore!

E.A.Poe

The Lady of Shalott (fragmento)

But in her web she still delights
To weave the mirror's magic sights,
For often thro' the silent nights
A funeral, with plumes and lights
And music, went to Camelot:
Or when the moon was overhead,
Came two young lovers lately wed:
"I am half sick of shadows," said
The Lady of Shalott.

Lord Tennyson

Glosas a Heráclito

1
Nadie se baña dos veces en el mismo río.
Excepto los muy pobres.

2
Los más dialécticos, los multimillonarios:
nunca se bañan dos veces en el mismo
traje de baño.

3
Nadie se mete dos veces en el mismo lío.
(Excepto los marxistas-leninistas).

4
Nada es lo mismo, nada
permanece.
Menos
la Historia y la morcilla de mi tierra:
se hacen las dos con sangre, se repiten.

Ángel González

Nihilismo

Nada de nada:
es todo.
Así te quiero, nada.
¡Del todo!...
Para nada.

Oliverio Girondo

Canción primera

Mi vida. Mi vida no. Mi vida nunca. Mi vida nunca fue un pájaro sangrando estambre por las alas. Mi vida nunca llevó en el cráneo una corona de astillas. Mi vida nunca fue. Mi vida no fue ni será mañana una mariposa apresada en las trenzas de una chica. Mi vida no fue ni tampoco es hoy un viejo corazón de madera. Nací el 24 de junio de un año que se rehusó a ser éste. Mi padre estaba borracho de níquel y envuelto en aluminio. Mi madre me dio el nombre de Rebeca, y me talló los ojos con arena. Mi madre me dio el nombre de Rebeca, y me talló los ojos con arena. Tengo miedo. El miedo usa una corona de estrellas. Hace 3 días soñé que mi padre me golpeaba. Hace 2 días soñé que mi madre me cosía la boca. No me reconozco. Miro el espejo y encuentro a un ángel deshojando el mundo. Tengo el terrible deseo de gritar mi nombre. Tengo el abecedario tatuado en los tobillos. Nací el 24 de junio de mil novecientos violeta. Nací en una pradera de tuercas y filósofos llorando rocas y esquirlas y teorías astrogramaticales encima de una rosa. Mi vida nunca fue un pájaro con las entrañas llenas de estambre parado en la estructura ósea de una estrella. No tengo recuerdos de mi casa. Pienso que soy un caballo con la mandíbula rota. Pienso que soy una niña que lleva por grillete las estrellas del mundo. Pienso que he venido renaciendo los últimos 24 años, y que he transformado mi horario escolar en una placenta de pétalos. Pienso que mi vida es un pajarito con el corazón de estambre y una corona de huesos. Pero no es así. Mi vida no es un pájaro de estambre, ni violeta, ni rojo, ni verde, ni pluma, ni cieno, ni triste, ni roca, ni azulmente roca, ni estambremente roca. Mi vida es una nota al pie de mi obra. Y mi obra es un libro de geografía que se ha convertido en mariposa. Y mi mariposa lleva polen y ríos sobre las alas. Nací el 24 de junio de ningún año. Soy una mujer con 500 golondrinas dentro. No tengo recuerdos de mi pueblo. Me estoy soñando. No tengo recuerdos de mi infancia. Me estoy soñando. Mi vida nunca fue. He descubierto que la poesía es un cuadro que se pinta sin usar pinceles, una danza que se baila sin usar el cuerpo, un beso que se da sin usar los labios. He descubierto que la poesía es un juego en el cual está prohibido seguir las reglas; que es entender que tenemos el pecho lleno de musgo, de nieve, de agua, de tierra y de semillas que florecen como soles; que la poesía es una parvada de golondrinas despedazándote el cuerpo de adentro hacia fuera; que la poesía es platicar con las palomas en el techo de las catedrales. He descubierto, que quizá, incluso, la poesía es. Nací el 24 de junio de mil novecientos madera y tres. Mi madre se rompió los dientes en el parto. Fui arrojada a una cuna de paja. Tenía las uñas de los pies azules y enrolladas como pergamino. Mi padre estuvo orgulloso de mi sexo, hasta que descubrió que mi sexo era una constelación de girasoles. Esta mañana he decidido escribir, no poesía, no tratados, no alfileres, no escritorios, no mi vida o una novela, sólo escribir. Sólo tallarme los ojos con la pluma, para ver al mundo lleno de rayones, y una de mis lágrimas sea tinta.


David Meza

Rayuela

Sí, quizá el amor, pero la otherness nos dura lo que dura una mujer, y además solamente en lo que toca a esa mujer. En el fondo no hay otherness, apenas la agradable togetherness. Cierto que ya es algo"... amor, ceremonia ontologizante, dadora de ser. Y por eso se le ocurría ahora que a lo mejor debería habérsele ocurrido al principio: sin poseerse no había posesión de la otredad, ¿Y quién se poseía de verdad? ¿Quién estaba de vuelta de sí mismo, de la soledad absoluta que representa no contar siquiera con la compañía propia, tener que meterse en el cine o en el prostíbulo o en la casa de los amigos o en una profesión absorbente o en el matrimonio para estar por lo menos solo-entre-los-demás? Así, paradójicamente, el colmo de la compañía ajena, al hombre solo en la sala de los espejos y los ecos.






Capítulo 23
Julio Cortázar


Diario, 19 julio.

19 julio.

Buscamos siempre el absoluto y no encontramos sino cosas

Novalis

¿Qué es lo que importa en una acción, su fondo o su forma?

Alejandra: tienes cuarenta días de angustia inconfesable. Cuarenta días de soledad ahogada, sin probabilidades de confesarla. Sin un rostro amado a quien quejarse de la desgracia que se pretende a tu destino. Alejandra: ese rostro amado es uno solo y se ha ido. Es como si te hubiesen arrancado todo. Es como si te hundiesen en la fría suma de los días para que en ellos te aturdas tratando de olvidar su ausencia. Alejandra: has de luchar terriblemente. Has de luchar tú y este cuadernillo. Han de luchar ambos, pues los ojos del amado rostro dicen que quizás no esté todo perdido. ¡Quizás haya aún algo por salvar! ¿Que? ¡preguntas! ¡Tu alma, Alejandra, tu alma!


Alejandra Pizarnik

Aunque sea un instante

Aunque sea un instante, deseamos
descansar. Soñamos con dejarnos.
No sé, pero en cualquier lugar
con tal de que la vida deponga sus espinas.

Un instante, tal vez. Y nos volvemos
atrás, hacia el pasado engañoso cerrándose
sobre el mismo temor actual, que día a día
entonces también conocimos.

                                            Se olvida
pronto, se olvida el sudor tantas noches,
la nerviosa ansiedad que amarga el mejor logro
llevándonos a él de antemano rendidos
sin más que ese vacío de llegar,
la indiferencia extraña de lo que ya está hecho.

Así que a cada vez que este temor,
el eterno temor que tiene nuestro rostro
nos asalta, gritamos invocando el pasado
–invocando un pasado que jamás existió–

para creer al menos que de verdad vivimos
y que la vida es más que esta pausa inmensa,
vertiginosa,
cuando la propia vocación, aquello
sobre lo cual fundamos un día nuestro ser,
el nombre que le dimos a nuestra dignidad
vemos que no era más
que un desolador deseo de esconderse.


Jaime Gil de Biedma

Contra Jaime Gil de Biedma

De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación —y ya es decir—,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colemena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?

Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado
y dices que envejezco.

Podría recordarte que ya no tienes gracia.
Que tu estilo casual y que tu desenfado
resultan truculentos
cuando se tienen más de treinta años,
y que tu encantadora
sonrisa de muchacho soñoliento
—seguro de gustar— es un resto penoso,
un intento patético.
Mientras que tú me miras con tus ojos
de verdadero huérfano, y me lloras
y me prometes ya no hacerlo.

Si no fueses tan puta!
Y si yo supiese, hace ya tiempo,
que tú eres fuerte cuando yo soy débil
y que eres débil cuando me enfurezco...
De tus regresos guardo una impresión confusa
de pánico, de pena y descontento,
y la desesperanza
y la impaciencia y el resentimiento
de volver a sufrir, otra vez más,
la humillación imperdonable
de la excesiva intimidad.

A duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
Muriendo a cada paso de impotencia,
tropezando con muebles
a tientas, cruzaremos el piso
torpemente abrazados, vacilando
de alcohol y de sollozos reprimidos.
Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!

Jaime Gil de Biedma

Error de cálculo

¡Qué solos, sí, qué púdicamente solos
estábamos allí, en el fondo del vacío
que muchos seres juntos crean siempre,
en el salón del bar de moda adonde entramos
a hablar de nuestras almas, rehuyendo
con gran delicadeza
la tramoya usual
-lagos, playas, crepúsculos-
que los amantes nuevos buscan!
¡Qué solos, y qué cerca, entre la gente!
Perfecta intimidad, exenta de romanzas,
de cisnes e ilusiones,
sin más paisaje al fondo
que el arco iris de las botellas de licores
y la lluvia menuda
de frases ingeniosas -salida de teatro-
con que corbatas blancas y descotes, de once a doce,
asesinan despacio un día más.
Distantes, un poco distantes,
entre nosotros la circunferencia de la mesa
se interpone, cual símbolo del mundo
a cuyos dos lados estamos
fatalmente apartados,
y por eso, viviendo
el amor que hay más fuerte
sobre la tierra: un gran amor de antípodas.
Por mutuo acuerdo
para no tropezar en rimas fáciles,
apartamos los ojos de los ojos:
tú mirando tu taza, y a su abismo
-producto de Brasil, y sin azúcar-,
como a un futuro
que es imposible ver más claro por ahora,
y que quizá te quite el sueño; yo, a mi vaso
en donde las burbujas
transparentes, redondas, de la soda
me ofrecen grandes cantidades
de esperanzas en miniatura,
que absorbo a tragos lentos.

Y hablar, hablar así en esa perfecta
forma de unión en que la simulada indiferencia
acerca más que abrazo o beso,
de nuestra vida y de su gran proyecto en el vacío
-estepas, mar, eternidad
provenir sin confines ni señales-
como quien planea un viaje
por una tierra ya toda explorada,
con horarios de trenes y mapas a la vista,
procurando llenar día tras noche
con nombres de ciudades y de hoteles.
Hablar de nuestras almas, de su gran agonía,
como se habla de un negocio,
con las inteligencias afiladas,
huyendo de la selva virgen donde vivimos
en busca de ese sólido asfalto de los cálculos,
de las cifras exactas, inventores
de una aritmética de almas que nos salve
de todo error futuro: enamorarnos
de otra nube, sembrar en el desierto,
o acostarse en la verde pradera sonriente
de alguna muerte prematura.
Cualquiera de esos riesgos
que podría arruinarnos,
como arruina una tarde o una carta
a cinco años
si no se la prevé y se suprime
con un eclipse o dejándola cerrada.

Tú decías, mirando en el vacío,
muy despacio: "Sí, sí, si calculamos
que mi alma puede resistir un peso
de treinta días cada mes, o al menos
de siete días por semana, entonces...".
(Los camareros cruzan, tan vestidos de blanco
sobre el piso brillante y azulado
que sin querer me acuerdo
del lago y de los cisnes de que huimos.)
Y te escucho los cálculos
con dedos impacientes por un lápiz
con que apuntarme sobre el corazón
en el terso blancor de la pechera
o en un papel casual, si no,
las cifras esas cuya suma
si es que contamos bien tiene que ser
la eternidad, o poco menos.
Seguimos sin mirarnos. Miro al techo.
Y quebrando de pronto nuestro pacto,
por orden superior, siento
que si no hay pronto un cielo en que amanezca
no cumpliré más años en tu vida.
¡Un cielo, un cielo, un cielo!
Sólo en un cielo puedo
escribir el balance de tu amor junto al mío:
las demás superficies no me sirven.
Y el camarero -tú, que se lo mandas-
enciende allí en el techo una alba eléctrica
donde caben las cuentas enteras del destino.
Yo digo: "No sería mejor...". Otro proyecto,
sus suspiros o ceros, se inicia por el aire
tan semejante a las volutas débiles
del humo del cigarro tuyo que ya no sé
si es que lo invento yo o que tú lo expiras.
Otra vez me extravío:

(De una mesa de al lado se levanta
una pareja; son Venus y Apolo
con disfraz de Abelardo y Eloísa,
y para más disimular vestidos
al modo de París. Se van hablando
de vos como en los dramas.
Pasan junto a un espejo y en el mundo
se ven dos más, dos más, dos más. De pronto
se me figura, todo alucinado,
que podríamos ser una pareja
tú y yo, si tú y yo... Voy recordando
igual que el que anticipa lo que quiere,
que allá, en el paraíso,
hubo otros dos, primero, que empezamos
separados o juntos, tú y yo, todos
por ser una pareja, y este insólito
descubrimiento me hace
agachar la cabeza porque siento
que voy a darme con el techo antiguo:
con nuestros padres.)

Tú, a mi lado,
me llamas. Vuelvo al cálculo: "Decía
que si en vez de esperarme en la estación
o en la esquina
de la Sexta Avenida, me esperases
dentro de alguna concha o del olvido,
podríamos ir juntos a la bolsa
en donde los fantasmas azulados
de los días futuros,
los acaparadores de las dichas,
cotizan los destinos, y jugar,
comprando las acciones más seguras.
Si juntamos tú y yo los capitales
que hemos atesorado
a fuerza de sumandos extrañísimos:
sortijas, discos, lágrimas y sellos,
podríamos tener entre los dos,
sin reservarnos nada para nuestra vejez,
dándolo todo...". Hay una pausa.
Ninguno de los dos nos atrevemos
a aventurar la cifra deseada
ni el sí que comprometa. Un mundo tiembla
de inminencia en el fondo de las almas,
como temblaba el mar frente a Balboa
la víspera de verlo. Nos miramos, por fin.
Un ángel entra por la puerta rotatoria
todo enredado con sus propias alas,
y rompiéndose plumas, torpemente.
Ángel de anunciación. Lo incalculable
se nos posa en las frentes y nosotros
lo recibimos, mano en mano, de rodillas.
No hay nada más que hablar. Está ya todo
tan decidido cual la flecha cuando empieza.
Subimos la escalera: ella nos dice,
con gran asombro nuestro,
que todo eso pasó en un subterráneo,
como las religiones que se inician.
Afuera hay una calle igual que antes,
y unos taxis que aguardan a sus cuerpos.
Y pagando su óbolo a Caronte
entramos en la barca
que surca la laguna de la noche
sin prisa. Al otro lado
una alcoba, en la costa de la muerte,
nos abrirá el gran hueco
donde todos los cálculos se abisman.


Pedro Salinas.

Rayuela

Digamos que el mundo es una figura, hay que leerla. Por leerla entendamos generarla. ¿A quién le importa un diccionario por el diccionario mismo? Si de delicadas alquimias, ósmosis y mezclas de simples surge por fin Beatriz a orillas del río, ¿cómo no sospechar maravilladamente lo que a su vez podría nacer de ella? Que inútil tarea la del hombre, peluquero de sí mismo, repitiendo hasta la náusea el recorte quincenal, tendiendo la misma mesa, rehaciendo la misma cosa, comprando el mismo diario, aplicando los mismos principios a las mismas coyunturas. Puede ser que haya un reino milenario, pero si alguna vez llegamos a él, si somos él, ya no se llamara así. Hasta no quitarle al tiempo su látigo de historia, hasta no acabar con la hinchazón de tantos hasta, seguiremos tomando la belleza por un fin, la paz por un desideratum, siempre de este lado de la puerta donde en realidad no siempre se está mal, donde mucha gente encuentra una vida satisfactoria, perfumes agradables, buenos sueldos, literatura de alta calidad, sonido estereofónico, y por qué entonces inquietarse si probablemente el mundo es finito, la historia se acerca al punto óptimo, la raza humana sale de la edad media pare ingresar en la era cibernética. Tout va très bien, madame la Marquise, tout va très bien, tout va très bien.

Por lo demás hay que ser imbécil, hay que ser poeta, hay que estar en la luna de Valencia para perder más de cinco minutos con estas nostalgias perfectamente liquidables a corto plazo. Cada reunión de gerentes internacionales, de hombres-de-ciencia, cada nuevo satélite artificial, hormona o reactor atómico aplastan un poco más estas falaces esperanzas. El reino será de material plástico, es un hecho. Y no que el mundo haya de convertirse en una pesadilla orwelliana o huxleyana; será mucho peor, sera un mundo delicioso, a la medida de sus habitantes, sin ningún mosquito, sin ningún analfabeto, con gallinas de enorme tamaño y probablemente dieciocho patas, exquisitas todas ellas, con cuartos de baño telecomandados, agua de distintos colores según el día de la semana, una delicada atención del servicio nacional de higiene, con televisión en cada cuarto, por ejemplo grandes paisajes tropicales pare los habitantes del Reijavik, vistas de igloos pare los de La Habana, compensaciones sutiles que conformaran sodas las rebeldías, etcétera.

Es decir un mundo satisfactorio para gentes razonables.

¿Y quedará en él alguien, uno solo, que no sea razonable?

En algún rincón, un vestigio del reino olvidado. En alguna muerte violenta, el castigo por haberse acordado del reino. En alguna risa, en alguna lágrima, la sobrevivencia del reino. En el fondo no parece que el hombre acabe por matar al hombre. Se le va a escapar, le va a agarrar el timón de la maquina electrónica, del cohete sideral, le va a hacer una zancadilla y después que le echen un galgo. Se puede matar todo menos la nostalgia del reino, la llevamos en el color de los ojos, en cada amor, en todo lo que profundamente atormenta y desata y engaña. Wishful thinking, quizá; pero esa es otra definición posible del bípedo implume.


Capítulo 71
Julio Cortázar

Rayuela

-Partís del principio -dijo la Maga-. Qué complicado. Vos sos como un testigo, sos el que va al museo y mira los cuadros. Quiero decir que los cuadros están ahí y vos en el museo, cerca y lejos al mismo tiempo. Yo soy un cuadro, Rocamadour es un cuadro. Etienne es un cuadro, esta pieza es un cuadro. Vos creés que estás en esta pieza pero no estás. Vos estás mirando la pieza, no estás en la pieza.

-Esta chica lo dejaría verde a Santo Tomás -dijo Oliveira.

-¿Por qué Santo Tomás? -dijo la Maga-. ¿Ese idiota que quería ver para creer?

-Sí, querida -dijo Oliveira, pensando que en el fondo la Maga había embocado el verdadero santo.


Capítulo 3.
Julio Cortázar

Art-decó

Te quiero porque eres como el amor
una cosa endeble y ridícula
como una mesita de noche art decó
con un ribete dorado hecho trizas
y esquinas acolchadas amarillas y perforadas
que acabas comprando de todas maneras
aunque sea tan solo porque, de entre toda esa basura seria,
su feliz puñalada al estilo te parece
una cierta rebeldía, una contestación.

Tim Cockburn

Elegía rosa

Soy hijo de aquellos que lucharon en el día 25 de abril de 1974
para que hoy pueda quedarme en casa, aburrido, escribiendo
sobre aquello que nunca voy a ser.
No soy heroico o tal vez lo sea a mi manera.
Soy tragicómico, tremendamente sensacionalista,
puedo ser comprado en cualquier esquina más o menos oscura
de esta ciudad de vórtices fluorescentes que no me vio nacer.
Soy ideológicamente marxista, aunque nunca haya leído Das Kapital,
a pesar de todos los pantalones que dispongo a cambio de algún cariño
cuesten mucho más que media noche de amor.
No soy como Jano, pero tengo una máscara de múltiples caras,
por la pura diversión de eludir a quien se acuesta a mi lado
ocasionalmente en una cama.
Y a veces todo esto me hace llorar lágrimas tan fáciles
de ostentar como diamantes que brillan sobre el cuello de jóvenes
nunca tan bellas como yo. Pero la belleza es difícil.
Soy como Eco que fue la primera infeliz en sufrir anorexia
por causa de amor.
Safo no tenía razón. Nadie en el futuro ha de pensar en mí.
Soy una manzana madura que cayó lejos del árbol.
Aún así muérdeme.
El único camino para mi corazón comienza en el centro
de mi boca. Y, como es natural, soy sexualmente ambiguo.
Hay demasiados hombres y mujeres sentados a la espera,
sería bueno que uno u otro supiera que tiene las riendas de mi alma.
Soy la parte oscura de mí y es ella la que brilla incomparablemente
más que un día de verano.
La soledad de mi amor es una mecánica erótica
que reproduce en veintinueve espasmos el óbito celestial.
Tengo la espalda arañada y me siento orgulloso.
Yo mismo invertí en esto con mis uñas afiliadas y pintadas de negro.
Soy mi propio Basilisco cuando me miro al espejo,
cuando respiro en el espejo una raya tan natural como
un árbol. Nunca me sentí especial por eso.
Soy la mitad de la granada que Perséfone comió,
o sea, un campo donde sólo nacen flores de pétalos negros.
No busco algo diferente cuando salgo de casa.
Sin embargo, espero que haya alguien capaz de
aliviarme de la enorme tragedia de mi sueño.
Como Alejandro de Macedonia, cometí el error
de contemplar todo mi imperio demasiado cerca.
Se dice de él que sonrió únicamente cuando Aristóteles dejó
de corregirle la postura a caballo.
Aunque yo estoy sonriendo más que Churchill, más que la Monalisa.
Casi tres mil años después
ya nadie puede enseñarme la forma unánime y
democrática de robar la virginidad a adolescentes
que, en el mejor de los casos, se consideran creadores de un
verbo poético capaz de todos los sentidos.
¿Seré el único en pensar que Lautréamont y Sade no escribieron cosas
más interesantes que Perez Hilton?
Soy nuclear, irregular, pornográfico, luminosamente inmoral.
Soy una princesa enfadica, demasiado esquizofrénica
para aparecer en la portadas de las revistas. Pero aparezco en la portada
de revistas y lo hago siempre con tanta mediocridad
que nunca hubo ni habrá alguien igual a mí.
No tengo abuelos egregios. Escribo esta nueva biblia
para góticos, vegetarianos, practicantes de la Cábala
lo hayan o no confesado, modelos esqueléticas,
adoradores de dioses de carne, poetas posmodernos adictos al MD,
actrices lindísimas en rehabilitación,
monjas a punto de asumir la aparición de Jesucristo entre mis piernas.
Yo vi a CSS en el Lux el día 4 de abril de 2007 con los labios pálidos y quietos,
como quien pretende dar la imagen de que es
demasiado irreverente para dejarse absorber por la música.
Mi sangre es del color de este poema y este poema no es un ángel neutro.
Nadie me acompañaría a Père Lachaise para depositar
hojas mal olvidadas sobre la tumba del poeta
Guillaume Apollinaire del cual oí decir cosas
mucho más maravillosas de las que él escribió.
Soy el procesador de textos más ilógico de mi generación,
tal vez sea el único que lo haga, pariente pederasta
de todos aquellos que no consiguieron hacer más que adaptar
Portugal al federalismo del consumo literario.
Allí en Lisboa, allí en Lisboa todo lo que hice fue morir.
Nunca se me pasó por la cabeza que esta ciudad, cual sirena,
pudiese convencer a tantos para ahogarse en las profundidades del río.
Hasta yo tengo miedo de hundirme con personas en las calles de Lisboa.
No sé si he de parar en el infierno sólo para beber una cerveza
o quedarme por allí una temporada.
Sólo por vanidad le puse el nombre de Salomé a mi gata
que parió un gato anónimo que nació ya muerto.
No tengo otra ilusión que despertar. A parte de eso,
tengo en mí todos los sueños eróticos de este mundo.
Soy una abeja que devora tu miel en cantidades orgásmicas.
Como los griegos, escribo fragmentos tan insignificantes como:
Huí de ella como un cuco.
Conozco una canción que calma a las aves. Pero no sé
cómo tocarla. No importa, soy demasiado revolucionario
y agitador para preocuparme por eso.
Soy moderno y lo mismo es decir que morí antes de haber nacido.
Rilke debía estar pensando en mí cuando escribió
que todo ángel es terrible.


David Teles Pereira

Dificultades barrocas

Hay palabras que ciertos días no puedo pronunciar. Por ejemplo hoy, hablando por teléfono con el escritor D. –que es tartamudo– quise decirle que había estado leyendo un librito muy lindo titulado L'impossibilité d'écrire. Dije «L'impossibilité...» y no pude seguir. Me subió una niebla, me subió mi existencia a mi garganta, sentí vértigos, supe que mi garganta era el centro de todo y supe también que nunca más iba a poder decir «écrire». D. –bien o mal– completó la frase, lo cual me dio una pena infinita pues para ello tuvo que vencer no sé cuántas vocales a modo de escollos. ¡Ah, esos días en que mi lenguaje es barroco y empleo frases interminables para sugerir palabras que se niegan a ser dichas por mí! Si al menos se tratara de tartamudez. Pero no; nadie se da cuenta. Lo curioso es que cuando ello me sucede con alguien a quien quiero me inquieto tanto que redoblo mi amabilidad y mi afección. Como si debiera darle sustitutos de la palabra que no digo. Recién, por ejemplo, tuve deseos de decirle a D.: Si es verdad lo que me dice tantas veces, si es verdad que usted se muere de deseos de acostarse conmigo, venga, venga ahora mismo. Tal vez, con el lenguaje del cuerpo le hubiera dado algo equivalente a la palabra écrire. Ello me sucedió una vez. Una vez me acosté con un pintor italiano porque no pude decirle: «Amo a esta persona». En cambio, respondí a sus pedidos con una vaga serie de imágenes recargadas y ambiguas y es así como terminamos en la cama sólo porque no pude decir la frase que pensaba. Terminé también llorando en sus brazos, acariciándolo como si lo hubiera ofendido mortalmente, y pensando, mientras lo acariciaba, que en verdad no lo compensaba mucho, que en verdad yo le quedaba debiendo.

Alejandra Pizarnik

Ellas

Ellas nos huelen, señor, mucho, mucho antes de atender a nuestro torso, nuestro rostro o nuestras palabras, ellas nos huelen, chequean nuestro sistema inmunológico de una manera inconsciente, a metros de distancia, para calibrar las ventajas competitivas de su hipotética prole.


Ellas sólo quieren hombres que luchen, señor, si usted no lucha puede creer que está con ellas, pero ellas no están con usted, créame. Puede usted empatar, puede usted perder, una y otra vez incluso, pero si lucha seguirán con usted, en todas las derrotas, igual que en todas las victorias; lo único que no perdonan es que usted no luche, señor.

Ellas necesitan verse más grandes, más inteligentes, más guapas en sus ojos, porque ellas desean devolvérselo, señor. Ellas quieren creer que son especiales para usted y hacerle creer que usted también lo es. Si no le admiran, aquí se acabó todo, señor.

Ellas, ellas, ellas saben que no existe la armonía, sólo pedazos de armonía, pero esos pedazos se los exigirán con la usura de los decimales. Ellas conocen que una relación es cualquier cosa menos lo que se lee en los cuentos de hadas, que los arquetipos minan nuestras relaciones, por eso desean compartir, los problemas y la gloria, la ansiedad y el deseo.

Ellas le requerirán complicidad, señor. Y que las folle durante toda la noche, y que les dé mimos durante todo el día, y que las cubra de besos el resto de su vida. Lo quieren todo, señor. Ellas, ellas anhelan que estemos en guardia, pero que la bajemos de vez en cuando, es tierno, es romántico, señor, que ellas sepan que les confía su debilidad. Si su idea de la diversión es prolon-gar su adolescencia, olvídese de ellas, señor, y vaya a cazar Wendys, porque ellas demandan compromiso, cómo si no enfrentarse a una vida en la que todo es negociación o pelea. No quieren estar solas ante la vida, señor. Nosotros tampoco.

Ellas quieren ver cómo se arriesga, cómo da el primer paso, cómo pasa el apuro, el peligro, la inseguridad de pedirles una cita, quieren saber si tiene el valor, si posee la constancia, si será de fiar. Ellas reclaman que les quitemos la razón cuando no la tienen y cuando sí, que las hagamos pensar. Y eso es el amor, señor: no dorarles la píldora. Pero, sobre todo, hágame caso, llámelas al día siguiente, señor, de tomar un café, de ir al cine, de hacer el amor, de una discusión, de lo que sea. De lo que sea. Que sepan que, al menos, valió la pena. Lo que sea.

Ignacio del Valle