Elegía rosa

Soy hijo de aquellos que lucharon en el día 25 de abril de 1974
para que hoy pueda quedarme en casa, aburrido, escribiendo
sobre aquello que nunca voy a ser.
No soy heroico o tal vez lo sea a mi manera.
Soy tragicómico, tremendamente sensacionalista,
puedo ser comprado en cualquier esquina más o menos oscura
de esta ciudad de vórtices fluorescentes que no me vio nacer.
Soy ideológicamente marxista, aunque nunca haya leído Das Kapital,
a pesar de todos los pantalones que dispongo a cambio de algún cariño
cuesten mucho más que media noche de amor.
No soy como Jano, pero tengo una máscara de múltiples caras,
por la pura diversión de eludir a quien se acuesta a mi lado
ocasionalmente en una cama.
Y a veces todo esto me hace llorar lágrimas tan fáciles
de ostentar como diamantes que brillan sobre el cuello de jóvenes
nunca tan bellas como yo. Pero la belleza es difícil.
Soy como Eco que fue la primera infeliz en sufrir anorexia
por causa de amor.
Safo no tenía razón. Nadie en el futuro ha de pensar en mí.
Soy una manzana madura que cayó lejos del árbol.
Aún así muérdeme.
El único camino para mi corazón comienza en el centro
de mi boca. Y, como es natural, soy sexualmente ambiguo.
Hay demasiados hombres y mujeres sentados a la espera,
sería bueno que uno u otro supiera que tiene las riendas de mi alma.
Soy la parte oscura de mí y es ella la que brilla incomparablemente
más que un día de verano.
La soledad de mi amor es una mecánica erótica
que reproduce en veintinueve espasmos el óbito celestial.
Tengo la espalda arañada y me siento orgulloso.
Yo mismo invertí en esto con mis uñas afiliadas y pintadas de negro.
Soy mi propio Basilisco cuando me miro al espejo,
cuando respiro en el espejo una raya tan natural como
un árbol. Nunca me sentí especial por eso.
Soy la mitad de la granada que Perséfone comió,
o sea, un campo donde sólo nacen flores de pétalos negros.
No busco algo diferente cuando salgo de casa.
Sin embargo, espero que haya alguien capaz de
aliviarme de la enorme tragedia de mi sueño.
Como Alejandro de Macedonia, cometí el error
de contemplar todo mi imperio demasiado cerca.
Se dice de él que sonrió únicamente cuando Aristóteles dejó
de corregirle la postura a caballo.
Aunque yo estoy sonriendo más que Churchill, más que la Monalisa.
Casi tres mil años después
ya nadie puede enseñarme la forma unánime y
democrática de robar la virginidad a adolescentes
que, en el mejor de los casos, se consideran creadores de un
verbo poético capaz de todos los sentidos.
¿Seré el único en pensar que Lautréamont y Sade no escribieron cosas
más interesantes que Perez Hilton?
Soy nuclear, irregular, pornográfico, luminosamente inmoral.
Soy una princesa enfadica, demasiado esquizofrénica
para aparecer en la portadas de las revistas. Pero aparezco en la portada
de revistas y lo hago siempre con tanta mediocridad
que nunca hubo ni habrá alguien igual a mí.
No tengo abuelos egregios. Escribo esta nueva biblia
para góticos, vegetarianos, practicantes de la Cábala
lo hayan o no confesado, modelos esqueléticas,
adoradores de dioses de carne, poetas posmodernos adictos al MD,
actrices lindísimas en rehabilitación,
monjas a punto de asumir la aparición de Jesucristo entre mis piernas.
Yo vi a CSS en el Lux el día 4 de abril de 2007 con los labios pálidos y quietos,
como quien pretende dar la imagen de que es
demasiado irreverente para dejarse absorber por la música.
Mi sangre es del color de este poema y este poema no es un ángel neutro.
Nadie me acompañaría a Père Lachaise para depositar
hojas mal olvidadas sobre la tumba del poeta
Guillaume Apollinaire del cual oí decir cosas
mucho más maravillosas de las que él escribió.
Soy el procesador de textos más ilógico de mi generación,
tal vez sea el único que lo haga, pariente pederasta
de todos aquellos que no consiguieron hacer más que adaptar
Portugal al federalismo del consumo literario.
Allí en Lisboa, allí en Lisboa todo lo que hice fue morir.
Nunca se me pasó por la cabeza que esta ciudad, cual sirena,
pudiese convencer a tantos para ahogarse en las profundidades del río.
Hasta yo tengo miedo de hundirme con personas en las calles de Lisboa.
No sé si he de parar en el infierno sólo para beber una cerveza
o quedarme por allí una temporada.
Sólo por vanidad le puse el nombre de Salomé a mi gata
que parió un gato anónimo que nació ya muerto.
No tengo otra ilusión que despertar. A parte de eso,
tengo en mí todos los sueños eróticos de este mundo.
Soy una abeja que devora tu miel en cantidades orgásmicas.
Como los griegos, escribo fragmentos tan insignificantes como:
Huí de ella como un cuco.
Conozco una canción que calma a las aves. Pero no sé
cómo tocarla. No importa, soy demasiado revolucionario
y agitador para preocuparme por eso.
Soy moderno y lo mismo es decir que morí antes de haber nacido.
Rilke debía estar pensando en mí cuando escribió
que todo ángel es terrible.


David Teles Pereira

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