Los perturbados entre lilas

SEG: Nunca te la convidarán. No recuerdo por dónde voy. Sí, lo malo de la vida es que no es lo que creemos pero tampoco lo contrario. (Triste.) ¿Quién es el que me quiere? (Gestos afectuosos de Car y de Macho.) Nada de farsa. Si viera un perro muerto me moriría de orfandad pensando en las caricias que recibió. Los perros son como la muerte: quieren huesos. Los perros comen huesos. En cuanto a la muerte, sin duda se entretiene tallándolos en forma de lapiceras, de cucharitas, de cortapapeles, de tenedores, de ceniceros. Sí, la muerte talla huesos en tanto el silencio es de oro y la palabra de plata.
[...]
CAR: "Aborrezco los fantasmas", dijo, y se notaba claramente por su tono que sólo después de haber pronunciado estas palabras, comprendía su significado. (Se levanta como quien se va. )
SEG: ¿Qué te pasa, Car?
CAR: Me voy porque la vida que llevo aquí, mi vida, no me gusta.
SEG: ¡Iluso! Como un profesor de lógica.
MACHO: Iluso como una monja comprando velas verdes.
SEG: A mí me gustan las monjas, los pingüinos y el fantasma de la ópera. De modo que te vas de aquí.
[...]
CAR: No puedo. Necesito silencio.
SEG: ¿En qué pensás?
CAR: Quiero ordenar lo de aquí. (Se toca la cabeza con ambas manos.) Hay como cinco chicos mendigos saltando mi cerca mental, buscando aperturas, nidos, cosas para romper o robar. Quiero hacer orden.
SEG: ¡Orden! ¿Qué es esa mentira?
CAR: Aunque sea una falacia, aspiro a tener orden. Para mí, es la flor azul de Novalis, es el castillo de Kafka.
SEG: Decí mejor que es tu musa de la mala pata.
CAR: Yo sé que es idiota, pero es lo único que quiero verdaderamente. Un espacio mío, mudo, ciego, inmóvil, donde cada cosa esté en su lugar, donde haya un lugar para cada cosa. Sin voces, sin rumores, sin melodías, sin gritos de ahogados.
SEG: ¿Es eso todo lo que querés?
CAR: Quiero un poco de orden para mí, para mí solo.
SEG: ¿No andarás enfermo?
CAR: Estás profanando mi sueño. El orden es mi único deseo, por lo tanto es imposible. En consecuencia, no creo estar molestando a nadie deseando cosas imposibles.
Va hacia la puerta.
SEG: ¿Por qué te vas?
CAR: Si solamente algo anduviera mejor gracias a mi presencia en esta casa. Pero no. ¿Para qué sirvo?
SEG: Para hablar conmigo. Gracias a nuestras conversaciones adelanté mi libro.
CAR: ¿Cuál libro?
SEG: ¿Qué libro?
CAR: El que adelantaste.
SEG: Pero si me estoy refiriendo a mi obra teatral.
CAR: ¡Una obra teatral!
SEG: No te hagás el viajero sin equipaje. No me vengas ahora con que me olvidé de contarte lo de la obra.
CAR : ¿Qué importa si me contaste o no? Espero que hayas adelantado mucho.
SEG: Mucho, no. No mucho. A veces el sol se me sube a la cabeza y escribo como si reaprendiera la vida desde la letra a. Otros días son como el de hoy: soy un agujero desintegrándose. Sin embargo, algo he adelantado, y hasta puedo decir que adelanté más que algo.
CAR: ¡Más que algo! ¡Cuánto!
SEG: No exagerés, no es tanto.
CAR: ¿Que no exagere? Pero me decís algo tan...
SEG: Tienes tatuajes en el traste.
CAR: ¿Quién?
SEG: ¿Cómo?
CAR: El protagonista.
SEG: Si lo querés llamar así. Tiene tatuados dos ojos, una nariz y, naturalmente, una boquita de corazón. Hasta un sombrero tiene. En fin, una típica belleza de los años veinte en pleno traste. Además de tener tatuajes, tiene siempre razón.
CAR: ¿Es un vidente?
SEG: No, es un traidor.
CAR: ¡Qué emocionante! ¿A quién traiciona?
SEG: A él mismo. Simula vigilarse y protegerse a distancia pero en verdad se acecha, se espía, se busca fisuras, se aguarda gestos de fragilidad, a fin de tomar posesión de su terreno baldío y ...
CAR: ¿Y qué?
SEG: Y echarse de sí mismo. Eliminarse, aunque sea arrojándose por el inodoro.
CAR: ¿Qué hace todo el día?
SEG: Mira oscuridad.
[...]
CAR: ¿Para qué hablamos si no hay ningún silencio que romper?
[...]
CAR: Aquí no se vive ni se sueña. Tampoco se ama.





Alejandra Pizarnik

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