V
Contempla un amor que no desespera, pero que, ardiente aún, es mi más cara esperanza, la mejor parte de mí mismo; vive profundamente en mi silencioso corazón semejante al rayo en el medio de la nube que lo guarda entre sus vapores, como en sombría mortaja, hasta que estalla y deja escapar el rayo. Así, al choque eléctrico de tu nombre, mi pensamiento estalla en todo mi ser, y durante algunos instantes todos los objetos vagan a mi alrededor tales cuales fueron en otro tiempo... se desvanecen... y torno al ser mismo.
Sin embargo, mi amor se ha acrecentado sin ambición; conocía tu rango y yo el mío, y no ignoraba que una princesa no puede ser la amante de un poeta; mis labios, mis suspiros no revelaron mi llama: se bastaba a sí misma. Ella era su propia recompensa y si mis ojos la revelaron, fueron castigados por el silencio de los tuyos. ¿Me he atrevido jamás a quejarme? Eras tú para mí sagrada reliquia encerrada en urna de cristal, que adoraba a respetuosa distancia, besando humildemente la tierra. No adoraba en ti a la princesa, pero el amor te había revestido de gloria; había difundido por tus facciones una belleza tal, que hacía nacer el temor o más bien ese respeto religioso que inspiraría un ángel del cielo. En esta dulce severidad había algo que aventajaba a la dulzura misma; yo no sé cómo pero tu genio se posesionaba del mío, mi estrella palidecía ante la tuya... si era una presunción el amar sin esperanza, cara me ha costado esta triste fatalidad; pero te amo aún, y sin tu hubiera, en efecto, venido a ser digno de esta celda que me humilla. El mismo amor que me ha ligado con estas cadenas hace más ligeros sus anillos: el peso que me queda es grande aún, pero el amor me ha dado fuerza para soportarlo. Gracias a él, vuelvo hacia ti mi corazón y triunfo de los tormentos que con una persecución cruel quiere abatirme.
Lord Byron
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