A quien me leyere

LOS LIBROS caían sobre mi máscara (y donde había un rictus de viejo
moribundo), y las palabras me azotaban y un remolino de gente gritaba contra los
libros, así que los eché todos a la hoguera para que le fuego deshiciera las
palabras...
Y salió un humo azul diciendo adiós a los libros y a mi mano que escribe:
“Rumpete libros, ne rumpant anima vestra”: que ardan, pues, los libros en los jardines y
en los albañales y que se quemen mis versos sin salir de mis labios:
el único emperador es el emperador del helado, con su sonrisa tosca, que imita a
la naturaleza y su olor a queso podrid y vinagre. Sus labios no hablan y ante esa mudez
me asombro, caigo estático de rodillas, ante el cadáver de la poesía

Leopoldo María Panero

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