Situarse en ella, más allá de los patrones que nos instalaban más o menos (in)cómodamente en sillones sin suelo, subrayando y aceptando sin carencias (sin echar de menos nada, sin faltas o culpas) nuestra presente condición, ésa es la labor que le queda al hombrecillo sin dueño que, tarde o temprano, caerá en la cuenta de que esa realidad que se le viene encima era también una falsa realidad.
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