Qué inmundo es el secreto de la existencia
"qué miseras las voces", Carnero lo dijo
sollozando entre los muslos de mi amada
porque no hay otra amada que el poema
ni otro amor que las sílabas
que caen impuras al suelo
y pasan por encima de ellas los elefantes
y los tigres rugen contra el poema
y ya no hay pájaros en el jardín
ni hay más amor que el espanto
profundo de existir.
L.M.Panero
Escribir
escribir
para curar
en la carne abierta
en el dolor de todos
en esa muerte que mana
en mí y es la de todos
escribir
para ahuyentar la angustia que describe
sus círculos de cóndor
sobre la presa
aunque en el alma no
en el alma
la estimación del tiempo que concluye
y es arriba
algo más que un silencio
con ojos semiabiertos
(...)
Escribo
para que el agua envenenada
pueda beberse.
Chantal Maillard
El buitre
Un buitre me picoteaba los pies. Ya me había desgarrado los zapatos y las medias y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos amenazadores alrededor y luego continuaba su obra. Pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba al buitre.
–Estoy indefenso –le dije–, vino y empezó a picotearme; lo quise espantar y hasta proyecté torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies; ahora están casi hechos pedazos.
–No se debe atormentar –dijo el señor–, un tiro y el buitre se acabó.
–¿Le parece? –pregunté–, ¿quiere encargarse usted del asunto?
–Encantado –dijo el señor–, no tengo más que ir a casa a buscar mi fusil, ¿puede aguantar media hora más?
–No sé –le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después agregué–: por favor, pruebe de todos modos.
–Bueno –dijo el señor–, me apuraré.
El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado vagar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco más lejos, retrocedió para alcanzar el impulso óptimo, y, como un atleta que arroja la jabalina, encajó su pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; sentí que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre, irremediablemente, se ahogaba.
Franz Kafka
–Estoy indefenso –le dije–, vino y empezó a picotearme; lo quise espantar y hasta proyecté torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies; ahora están casi hechos pedazos.
–No se debe atormentar –dijo el señor–, un tiro y el buitre se acabó.
–¿Le parece? –pregunté–, ¿quiere encargarse usted del asunto?
–Encantado –dijo el señor–, no tengo más que ir a casa a buscar mi fusil, ¿puede aguantar media hora más?
–No sé –le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después agregué–: por favor, pruebe de todos modos.
–Bueno –dijo el señor–, me apuraré.
El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado vagar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco más lejos, retrocedió para alcanzar el impulso óptimo, y, como un atleta que arroja la jabalina, encajó su pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; sentí que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre, irremediablemente, se ahogaba.
Franz Kafka
Instrucciones para dar cuerda a un reloj
Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con
una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente.
Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren
regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él
brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del
pan.
¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo
latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada
cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj,
gangrenando la fría sangre de sus pequeños rubíes. Y allá en el fondo está la
muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no
importa.
Julio Cortázar
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